Niños jugando y divirtiendose

Los espacios “libres de niños” son hoy una tendencia cada vez más popular. Desde los restaurantes hasta los trenes, e incluso la primera clase de muchas aerolíneas ofrecen a sus clientes más exigentes espacios en donde no está permitido la entrada de niños. Es lo que se conoce comúnmente como “Niñofobia”.

Reconozco que sentí niñofobia antes de tener a mis hijos, pero también la padecí después con ellos. En interminables horas de vuelo entre continentes, estuve en las dos orillas de ese río que arrastra la tolerancia y muchas veces la diluye.

Cuando lo miro en retrospectiva me río sola, pero el disgusto se experimenta por ambas partes y es absolutamente inútil e innecesario.

Los niños felices son extrovertidos

En la mayoría de los casos esto es así, pues viven en un eterno presente, sobre todo cuando son pequeños. Sus emociones no tienen filtros y por tanto las expresan sin más.

No tienen conciencia del tiempo y viven en un constante ahora. No se preocupan por lo que pasó ni por lo que pasará y su estado natural es la felicidad y la plenitud. Si tienen alguna incomodidad o necesidad, la expresan, y una vez satisfecha vuelven a estar felices como si nada hubiera pasado.

Los niños aprenden a través del juego, del ensayo-error, de la imitación y de la observación de las actitudes de los adultos. Pero también nos enseñan a reconectar con nuestras emociones, a disfrutar de placeres simples, a enfocarnos en lo importante y, sobre todo, a ser mejores personas.

Niños extrovertidos y traviesos

Los niños felices gritan y ríen

En la maduración del ser humano, encajar socialmente es una habilidad que se adquiere naturalmente casi pasada la niñez. Los niños pequeños no han desarrollado aún la madurez intelectual necesaria como para “saber ubicarse” según el contexto.

Las constantes reprimendas para estar callado y quieto en todos los lugares sólo pueden llevar a que el niño experimente el temor y lo asocie a la falta de amor.

Los niños felices gritan y ríen, sí, y no debemos evitarlo, porque ellos están muy conectados a sus emociones y modularlas les llevará un tiempo (a algunos, toda la vida). Pero como adultos sí debemos orientarles dónde y cuándo pueden hacerlo, reconociendo que los resultados no serán inmediatos, y no por ello perder los estribos.

Los niños felices corren y saltan

A medida que los niños van adquiriendo capacidades las exploran al límite. Como si fuera que de repente reciben un superpoder y se divierten probándolo a ver qué pueden hacer con él, hasta dónde pueden llegar.

Todos sus procesos orgánicos están estrenándose, tienen poco uso pero están a pleno rendimiento. Son, por tanto, como una explosión de energía, no pueden estarse quietos ni es bueno que lo estén. Correr y saltar es una forma de que desarrollen músculos, huesos y articulaciones fuertes; un equilibrio necesario para adquirir el dominio de su locomoción.

Correr y saltar son todo ventajas para los niños, excepto para esta sociedad que los quiere quietos, callados y sin molestar.

Los niños tienen que hacer travesuras

Los niños felices hacen travesuras

La curiosidad es algo que muchos adultos hemos olvidado so pretexto de no meternos en lo que no es de nuestra incumbencia. Sin embargo, no hay que olvidar que los grandes descubrimientos son producto de personas con una gran curiosidad.

Los niños son curiosos por naturaleza y esa curiosidad les lleva a maravillarse por todo y descubrir su entorno de los modos más insólitos. Aun con todo, como padres es aconsejable “tolerar travesuras” siempre que no pongan en peligro su vida o la de otros.

Para evitar travesuras o hacerlas controladamente, algunas familias designan un día a la semana para experimentar realizando actividades lúdico-científicas. De esa forma los niños podrían ver saciada su curiosidad y tener un espacio adecuado donde satisfacer otras que le surjan.

Queridos niñofóbicos, os comprendo pero no os justifico, muchas incomodidades causadas por los niños pueden solucionarse con diálogo y tolerancia. Los niños se comportan de acuerdo a su edad, si un pequeño está callado y no juega, entonces sí hay que alarmarse. Tanto silencio puede ser en realidad un grito de ayuda.