No es de extrañar que Málaga sea uno de los destinos predilectos de los turistas británicos y alemanes. Su clima mediterráneo, considerado de los más cálidos de Europa, hace que no solo aquellos sino nosotros, los españoles, también caigamos rendidos a sus pies. A su casco urbano da la bienvenida la majestuosa calle Larios, siempre protagonista en Navidad y en la célebre Feria de Agosto, y la Catedral, apodada cariñosamente La Manquita. ¿Qué más te espera en un viaje a Málaga? Por supuesto, descubrir sus principales símbolos: la biznaga y los espetos.
Málaga es una ciudad que entra por el estómago desde el minuto uno. Cualquiera de los bares y tabernas que abarrotan el casco es una buena idea para hacer una parada y chuparse los dedos con una ración de pescaíto frito que tanto abunda por estos lares. Pero si lo que quieres es disfrutar del plato estrella malagueño, entonces, no queda más remedio que dirigirte a uno de los chiringuitos de la playa.
La tradición del espeto de sardinas
Quienes visitan Málaga por primera vez es posible que se pregunten mientras caminan por el paseo marítimo qué hay en esas barcas humeantes sobre la arena. El espeto de sardinas no solo es una especialidad gastronómica malagueña, sino, en realidad, es toda una tradición y forma de vida.
Espetar significa ensartar pescados, uno junto a otros, en una caña para, posteriormente, asarlos a las brasas sobre la arena de playa. A priori puede parecer que se trata de una barbacoa convencional, pero lo cierto es que ese sabor característico y delicioso únicamente puede conseguirse con un escenario tan idílico como una playa malagueña.
Resulta complicado situar el origen de los espetos de sardinas, aunque ya en el siglo XIX parece que era habitual. Basta con visualizar la obra La Moraga del pintor malagueño Horacio Lengo, que data del año 1879 y que refleja cómo efectivamente se preparaba este plato en aquellos tiempos. De hecho, en la actualidad, continúan celebrándose en Málaga moragas, que no son otra cosa que picnics nocturnos en la playa en los que casi nunca faltan los espetos de sardinas.
Generalmente, cada espeto incluye 5 o 6 sardinas aderezadas con sal gorda y a las que puedes añadir un chorrito de limón para potenciar su sabor. El barrio malagueño de El Palo es uno de los enclaves más típicos para consumir los espetos, aunque, en realidad, están disponibles en la mayor parte de chiringuitos. Otro consejo más: olvídate del tenedor porque ¡se come con las manos!
La biznaga, la flor de Málaga
En un paseo por Málaga es inevitable toparse con los vendedores de biznagas. Los reconocerás por su vestimenta popular (camisa blanca, pantalón negro y fajín rojo) y un ramillete de unas flores blancas que despiden un aroma intenso clavadas en un corcho.
Lo que no se ve a simple de vista es el trabajo que tiene detrás. Una biznaga es un ramillete de jazmines. Una labor minuciosa consigue que finalmente adquiera forma de flor. Se trata de una tarea absolutamente artesanal que requiere mucha práctica y, sobre todo, paciencia. El proceso se realiza durante el día, cuando las flores del jazmín se mantienen cerradas. Entonces, estas van insertándose en un cardo seco. Al caer la noche será cuando los jazmines se abran y desprendan su agradable aroma, aquel que impregna cada rincón de la urbe malagueña.
La imagen de los biznagueros es una de las más típicas de Málaga. Tanto es así que incluso hay una estatua en la ciudad en honor a esta figura, situada en los jardines de Pedro Luis Alonso junto al Ayuntamiento. Erigida en la década de los 60, es, sin duda, uno de los símbolos de Málaga, al igual que El Cenachero. Esta estatua muestra un pescador con sus característicos cenachos, donde transporta pescado fresco.
La biznaga está tan unida a la tradición malagueña que, incluso, está presente en ciertos eventos que se celebran en esta ciudad. Es el caso del Festival de Málaga, dedicado al cine y cuyo principal premio es la Biznaga de Oro. Pero, además, la urbe andaluza acoge cada año la Fiesta de la Biznaga, un acto cultural que se organiza cada verano.
Málaga sabe bien cómo entrar por la vista, pero, como ves, también por el olfato y el gusto. Ya solo falta que te dejes mecer por la suave textura del mar Mediterráneo y, por qué no, por su murmullo.